Estaba perdida y no me quedó otra que comenzar a naufragar.
Desde entonces el mundo entero, como si de magia se tratase, empezó a cambiar.
Yo mientras tanto me dedicaba a soplar velas de cumpleaños ya apagadas, en fiestas sin gente y desear, desear con todas mis fuerzas, que algo (o alguien) me salvase.
Y se acabó. Se acabaron los conciertos y quedaron en la ruina cantantes a los que yo veía triunfar, se acabó la última sesión de la peli en la que di mi primer beso, se acabó aquel bar con una pecera enorme en el que aprendí a soñar, cerraron museos, ardió París y creció el último niño del parque. Ya nada era igual.
Había comenzado a dejar de rimar amores y hacerlo con la soledad.
El miedo quería devorarme, y yo grité, y justo con el último eco de mi grito escuche un sollozo que me hizo llorar.
Nunca antes había visto nada que no fuese mío propio y me doliese tanto, lo quería calmar.
Y yo que odio bailar comencé a hacerlo porque no me importaba cada vez que veía que me miraba y sonreía, sonreía como nunca antes me había sonreído nadie.
Y quería hacerlo con sus dedos, con su espalda, quería hacerlo, quería bailar con ella hasta cambiar de lluvias, probar nuevas aguas y salvarla de verdad.
Pensaba que los hechos más extraños no se repiten y tras media hora sin respiración volví en sí y el mundo volvió conmigo.
Y dieron conciertos gratis en toda la ciudad, abrieron museos, bares y rincones de poesía, reestrenaron aquella película, en los parques no entraba un niño más y tú mientras hablando de casarte conmigo en Paris.
Todo pasó tan rápido como la vida de una mariposa, pero esto dura y se ha hecho eterno desde que aprendí que en algunas ocasiones los parasiempres se riman con el corazón.
Los vellos de punta... Sin palabras.Increíble lo que transmite tu poesía.
ResponderEliminarEs precioso. No sé cómo más expresarlo, tiene mucho sentimiento.
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